¿La causa de los pueblos?

Guillaume Faye, Terre et Peuple 18, 2003

La causa de los pueblos [del GRECE] es un eslogan ambicioso. Fue concebido inicialmente en un espíritu politeísta para defender la heterogeneidad etnocultural humana. Pero ha sido reclamado por ideologías igualitarias y por la doctrina de los derechos humanos, que, exaltando un mundo utópico multicolor, intentan inculpar a los europeos por haber “victimizado” al Tercer Mundo.

El fracaso de una estrategia

Cuando los identitarios [del GRECE] tomaron el concepto de la causa de los pueblos a principios de 1980, fue en el nombre del etnopluralismo. Esta “causa”, sin embargo, fue poco mas que una artimaña retórica para justificar el derecho de los pueblos europeos a retener su identidad frente a un sistema mundial que deseaba hacer americano a todo el mundo. Para resistir las fuerzas de la desculturacion, se esperaba que los europeos, como los pueblos del Tercer Mundo, retuvieran el derecho a sus diferencias [le droit àla différence] — y sin tener que sufrir la acusación de racismo. Así, el slogan asumía que todos los pueblos, incluso los europeos, poseían ese derecho. Pero pronto el cosmopolita Pierre -A. Taguieff [uno de los principales estudiosos antifascistas sobre la Nueva Derecha] argumento que era un “racismo diferencialista” [en el que la diferencia cultural, al contrario que el color de piel, se convertía en el criterio para la exclusión].

En retrospectiva, la estrategia de la Nueva Derecha que parecía completamente centrada en la causa de los pueblos, el derecho a la diferencia y el “etnopluralismo”, se ha vuelto en contra de los identitarios. Es mas, es irrelevante a la condición actual de Europa, que esta amenazada por una masiva invasión extra-europea y por un Islam conquistador alentado por nuestras elites etnomasoquistas.

Reclamada por la ideología dominante, utilizada contra los identitarios, y tangencial a los problemas actuales, la estrategia etnopluralista del GRECE es un desastre metapolítico. También retiene parte del viejo prejuicio Marxista y cristiano de izquierda sobre la “explotación” europea del Tercer Mundo. Como ha mostrado el africanista frances Bernard Lugan respecto al Africa negra, este prejuicio esta basado en poco mas que ignorancia económica. La causa de los pueblos esta asociada con un altruismo para-cristiano que demoniza nuestra civilización, acusándola de haber destruido todas las otras, y lo hace en el mismo momento en que esas otras civilizaciones están ocupadas preparando la destrucción de nuestra civilización.

Sobre el “derecho a la diferencia”. . . ¿Que derecho? ¿No hemos tenido suficiente lloriqueo kantiano [sobre derechos abstractos] durante los últimos dos siglos? Lo único que existe es la capacidad para ser diferente. En el proceso selectivo de la Historia y de la Vida, todos tienen que hacer lo suyo por si mismos. No hay protectores benevolentes. Este derecho a la diferencia, es reservado para todos menos para los europeos, que [en el nombre del multiculturalismo o cualquier otra ideología cosmopolita] son invitados a abandonar su identidad biológica y cultural.

Este eslogan implica otro peligro: puede degenerar en una doctrina — multiculturalismo — que legitima la existencia de enclaves extra-europeos en nuestras tierras. Visualiza una Europa con comunidades de extranjeros, particularmente musulmanes, que, por obvias razones demográficas, jugaran un rol cada vez mas importante en nuestras vidas. Esta amenaza a nuestra identidad es acompañada por argumentos sofistas que ridiculizan la “fantasía” de una posible reconquista. En este espíritu, se nos dice que tenemos que adaptarnos a una Europa multirracial. Yo, por mi parte, me rehuso a hacerlo.

Tampoco estoy preparado para retroceder frente a un supuesto determinismo histórico [cuya meta es convertir a Europa en una colonia del Tercer Mundo].

La vida es una lucha perpetua

La causa de los pueblos se ha vuelto parte de la Vulgata de los “derechos humanos.” Al contrario, la tesis neo-darwiniana del conflicto y la competición, que asume que solo los mas aptos sobreviven, le parece un vestigio de barbarismo a nuestros comunitaristas, pese a que este vestigio se corresponde con las leyes orgánicas de la vida. Esta tesis, que reconoce la acción de las fuerzas de la selección y la competición, es la única capaz de garantizar la diversidad de las varias formas de vida.

La causa de los pueblos es colectivista, homogenéizante e igualitaria, mientras que el “combate de los pueblos” es subjetivista, diferencialista y heterogéneo, concordante con las propiedades entropicas de la vida. En este sentido, solo el nacionalismo y las voluntades de poder en conflicto son capaces de sostener el principio afirmativo de la subjetividad de la vida. Por su noción igualitaria de que cada pueblo tiene “derecho a vivir”, la causa de los pueblos prefiere ignorar las obvias realidades históricas por un objetivismo que desea transformar a los pueblos del mundo en objetos de una exposición de museo. Además, implica la equivalencia entre todos los pueblos y civilizaciones.

Este tipo de igualitarismo toma dos formas básicas: una que es expresada en un concepto homogenéizante pero mestizo de lo que significa ser humano (la “raza humana”), la otra intenta preservar a los pueblos y las culturas en la forma en la que un curador lo haría. Ambas rehusan a aceptar que los pueblos y las civilizaciones son cualitativamente diferentes. De allí, proviene la idea absurda de que uno tiene que salvar a pueblos y civilizaciones amenazadas (al menos si son del Tercer Mundo) en la misma forma en la que uno tiene que salvar una foca en peligro de extinción. En los procesos turbulentos de la selección en la historia, no hay espacio para la preservación — solo lo hay para las subjetividades en competencia. En su tribunal, las doctrinas salvacionistas son simplemente inadmisibles.

La causa de los pueblos asume una solidaridad subyacente entre los pueblos europeos y los del Tercer Mundo. Una vez mas, esto no es sino una dudosa construcción ideológica, que los grécistas inventaron a principios de los años 80 para evitar la acusación de racismo. No tengo espacio aquí para refutar el mito de la “explotación” del Tercer mundo. Sin embargo, la explicación de sus miserias en crudos términos neo-marxistas, como si fueran debido a las maquinaciones del FMI, las trilaterales, el grupo Bilderberg, o algún otro Belcebú, no merece contestación.

Según los medios o los catedráticos, la “cultura del otro” esta siendo atacada en Francia — pese a que la “Afromania” esta en su momento mas álgido. Por otro lado, yo creo que no es exagerado decir que las influencias desculturizadoras de Estados Unidos ya no amenazan a Europa, sus peligros han sido superados por otros.

Europa Primero!

Yo respeto el destino de los Inuits, Tibetanos, indígenas del Amazonas, Pigmeos, Kanaks, Aborígenes, Beréberes, Saharianos, Indios, Nubios, los inevitables Palestinos, y de los pequeños hombres verdes del espacio exterior.
Pero no esperéis lagrimas de cocodrilo de mi parte. Cuando la marea amenaza mi casa, solo puedo pensar en como resolver mi problema y no tengo tiempo para ayudar a los otros. Además ¿Cuando esos otros se han preocupado o han cuidado de nosotros? En cualquier caso, los peligros que amenazan su existencia son a menudo exagerados, especialmente en vista de su vigor demográfico, que, incidentalmente es debido a la medicina y a la ayuda económica europea — y las mismas fuerzas europeas que supuestamente les han explotado también parecen haberles hecho prosperar (o, al menos reproducirse en cantidades imprecedentes).

Si nuestros comunitaristas realmente quieren defender la causa de los pueblos, podrían empezar con los europeos, que ahora están bajo ataque de las fuerzas demográficas, migratorias y culturales de un Tercer Mundo sobrepoblado. Frente a esas amenazas, no nos encontrareis lamentándonos (como un cura) o simpatizando (como un intelectual) hacia la causa del “otro”. “Nosotros solos” nos bastamos.

El antirracismo como religión de estado

Guillaume Faye La Colonisation de L’Europa, L’Æncre, 2000

El antirracismo tiene la misma obsesión por la raza que el cura puritano por el sexo. Hoy, el sexo se muestra tanto como una industria como la raza es violada y disimulada. Pero en realidad este disimulo esconde una presencia obsesiva del concepto. El antirracismo ha devenido una especie de meta-religión, una forma perversa e inconsciente de racismo, en todo caso el signo de una obsesión racial. ¿Pero qué es en el fondo el racismo? Nadie lo sabe explicar ni definir.

Como en todos los vocablos abusivos y con fuertes cargas afectivas, la palabra en sí carece de significación. Se le confunde con la xenofobia, y se habla así del racismo mutuo de los croatas, los serbios y los albaneses, cuando sus disputas son de carácter nacional y religioso, pero no racial.

Aquí las posiciones interesantes son las de Claude Lévi-Strauss en su opúsculo “Raza e Historia” y de Zoulou Kredi Mutwa, autor del famoso ensayo “My People”, que fue la más pertinente crítica tanto del apartheid sudafricano como del modelo de la sociedad multirracial. Pero esta fue igualmente la opinión de Léopold Sedar Senghor, que teorizó sobre las nociones de “civilización negro-africana” y “albo-europea”. Estas opiniones son clasificadas en la actualidad como gravemente incorrectas.

Sus tesis pueden resumirse en estos puntos:
1) La diversidad biológica de las grandes familias de la población humana es un hecho incontestable; esta diversidad es una riqueza, es el núcleo de civilizaciones diferentes.
2) Negar el hecho racial es un error intelectual peligroso, pues niega los mismos fundamentos de la antropología e instala el concepto “raza” en el rango de tabú, en paradigma mágico, cuando en realidad es una realidad banal.
3) El antirracismo obsesivo es al racismo lo que el puritanismo a la obsesión sexual. Una sociedad multirracial es por necesidad una sociedad multirracista. No se puede hacer cohabitar sobre el mismo territorio y sobre la misma área de civilización mas que a poblaciones biológicamente emparentadas, con un “mínimum” de diferencias étnicas.

Globalmente, las tesis de Levy-Strauss, de Kredi Mutwa y de Léopold Senghor concluyen que la humanidad no es una “mobylette”, y que no marcha con mixturas. Así, mientras que la ideología oficial niega el concepto de raza, en verdad lo está reconociendo y fortificando.

La sociedad francesa no reconoce que el hecho racial se le impone, se proclama por todos sitios, empezando por los inmigrantes. En los suburbios y en las “zonas sin derecho”, los franceses autóctonos son tachados despectivamente como “galos”, o, más frecuentemente, como “quesitos” (“petit fromages”). Mientras que las razas son censuradas como inexistentes y no se les reconoce ninguna realidad, la cuestión racial está más presente que nunca.
Es evidente que las “razas puras” no existen y que el concepto no tiene sentido biológico, pues toda población es producto de un “phylum” genético muy diverso. Pero esto no quita existencia al “hecho racial”, ni a las razas. Incluso una población mestiza constituye un hecho racial, y no se puede decir que en Sudamérica o en las Antillas el mestizaje haya creado nuevas razas. Los antirracistas, que niegan la realidad del concepto de raza, son favorables al “mestizaje”, militan por la “mezcla de las razas”, y niegan por tanto su propia realidad. ¿Entienden quizás que con el mestizaje las razas dejarán de existir? De forma dogmática se empeñan en demostrar “científicamente” que las razas no existen, y que por lo tanto la modificación del sustrato biológico en Europa no tendrá consecuencia alguna, sino tan solo influencias benéficas. Esta es la tesis envenenadora del “totum cultural”, en la que ni siquiera sus propagadores creen con seriedad.

De una parte la ideología oficial niega la existencia de las razas humanas, señalan las diferencias insignificantes en los cromosomas personales, pero por el otro la ley prohibe las discriminaciones raciales “en nombre de la pertenencia o no pertenencia a una raza, étnia o religión”. Entonces, ¿las razas existen o no existen? En la simple lógica aristotélica o leibniziana, es un absurdo reprimir a quienes cometen un delito contra un sujeto jurídico que no existe de hecho.

Por otra parte se proclama la inutilidad de las distinciones raciales, pero se aplican legalmente cuotas de favoritismo racial. Se niegan las “diferencias raciales” pero se pone el punto en las “discriminaciones raciales positivas”. (…) Como toda realidad antropológica y, más generalmente, natural, el hecho racial no es un “hecho absoluto”, pero es un hecho. Su negación actual por la ideología dominante constituye el signo y la prueba de que la cuestión racial ha devenido fatídica. Toda civilización enferma tiende a censurar la realidad de su mal y a hacer de ella un tabú. No se habla de sogas en la casa del ahorcado.

La ideología hegemónica procede así con un trabajo de silencio, con un secreto de familia.

El sociólogo negro sudafricano, de etnia zulú, Kredi Mutwa, escribía en su revelador libro “My People” (Penguin Books, Londres, 1977): “Negar las diferencias fundamentales entre los negros y los blancos, las dos grandes familias raciales de la humanidad, es negar la naturaleza y la vida. Es tan estúpido como afirmar que la feminidad y la masculinidad no existen. Aquí se descubre una falta de sentido común en el espíritu occidental. El hombre negro acusa en sí mismo más que el blanco su personalidad racial, y es por naturaleza más reticente a aceptar la utopía de un hombre universal”.

En el mismo sentido, Léonine N´Diaye, en su obra “Le Soleil” (Dakar, 021121987), escribe: “Al igual que existen diferencias entre los pueblos blancos, entre los hispanos y los nórdicos, por ejemplo, también existe esa diferencia entre las etnias tribales africanas. La humanidad está dividida en grandes familias con su propia personalidad, cultura y hecho biológico”.

Entre los africanos, como entre los asiáticos la naturalidad del hecho racial no ofrece problemas. Se reivindica con toda tranquilidad. La negación psicótica del hecho racial en Europa se apoya en la esperanza de que disimulando el hecho racial puede purgar el pecado original del racismo y crear al mismo tiempo una sociedad idílica, un paraíso extraterrestre. (…)

En el censo de la población francesa de 1999, el Instituto Nacional de Estadística no hizo ninguna referencia al origen étnico ni a la religión. Los franceses no debían conocer las cifras reales, Max Clos, presidente del instituto, explicó en Le Figaro (05/03/99): “Una comisión de sociólogos explicó que la menor referencia sobre el carácter étnico o religioso de una ciudad o un barrio podría provocar reacciones racistas. Las gentes tienden a creer que una mayoría de población magrebí o africana crea inseguridad”. ¡Fantástico!… como si “las gentes” no se percataran ellas mismas de la realidad al andar por las calles. Este es un perfecto ejemplo de engaños al pueblo, de negligencia del poder y de “transparencia democrática”.

¿Por qué el enfermo desconoce su fiebre, por qué se niega a mirar el termómetro? ¿Porqué los poderes niegan que la inmigración es de hecho un cataclismo social, que está en marcha una colonización, por qué se comportan como si la emigración no existiese?

El estado se ha vuelto de nuevo censor, a veces se refiere a las poblaciones afro-magrebíes como “representantes de la población que vive en la periferia”… asombroso eufemismo. El Instituto de Estadística niega el hecho étnico y racial y se niega a hacerse pregunta alguna sobre este hecho.

Los poderes públicos, atontados por la psicosis antirracista y el tabú étnico, disimulan voluntariamente las cifras de la inmigración. Pero al mismo tiempo, remarca sus contradicciones, como corresponde a toda ideología alejada de la realidad, pues implícitamente reconocen el carácter étnico de la colonización, reconocen que los inmigrantes rechazan la asimilación. Los poderes públicos colaboran con los inmigrantes colonizadores para moldear la opinión pública. Pues en una sociedad mediática las gentes creen menos en lo que ven que en lo que les inculcan los mass-media.

Alógeno

Guillaume Faye, “Pourquoi nous combattons”.

Todo aquele, que no seio de um determinado povo, é de origem estrangeira, culturalmente e biologicamente. Actualmente, mais vale falar de “alógenos” do que de imigrantes ou de estrangeiros, na medida em que a maioria destes últimos nasceram na Europa sem serem etnicamente europeus, podendo, em virtude do direito de solo, deter a nacionalidade de um país europeu. Desde a antiguidade, facto já assinalado por Aristóteles, Tucídides e Xenofonte, toda a nação que admite no seu seio a entrada desenfreada de alógenos está condenada à decadência, sendo que esses últimos substituem progressivamente os autóctones e tendem a persegui-los e a destrui-los culturalmente e/ou fisicamente. Esse processo está em marcha em inumeras zonas da França.

A noção de alógeno não deve adquirir, na Europa, na orla do século XXI o carácter jurídico, linguístico e nacional. Deve ser declarado alógeno todo o residente não-europeu de origem, sobre critérios étnicos em detrimento dos políticos e jurídicos. Um Belga, um Italiano, um Russo de origem europeia residindo na França não é um alógeno. Contudo atenção : ao fim de certo tempo, um povo submerso por alógenos torna-se minoritário, estangeiro na sua própria pátria. É a lógica do processo de colonização populacional que nós conhecemos. Ao fim de um certo tempo o alógeno torna-se no autóctone.